lunes, mayo 16, 2005

pruebas

prueba, sólo una prueba

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sábado, noviembre 13, 2004

Taxi


Taxi, por McC.


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viernes, octubre 29, 2004

Limpio, relajado y feliz

Siempre hay una primera vez. El aburrimiento de esta noche de viernes era insoportable. Por eso salí a matar a alguien. Al mendigo lo encontré en los alrededores de La Florida. Dormía en la entrada de un edificio. Le aplasté la cabeza con una piedra. Sus huesos crujieron como cuando se quiebran las galletas de avena...

Perdí la virginidad con un puta colombiana, en un burdel de la zona de tolerancia cercano a la frontera. Ella tenía 18 años y las tetas desinfladas, como aplastadas, terminadas en unos pezones morenos y arrugados como uvas pasas. No era agradable sorber aquellos pezones mustios. El aliento le olía a cebollas porque acababa de almorzar. Yo tenía 14 años. Un niño apenas. Le pedí una mamada, pero no quiso dármela. Dijo que eso lo hacían las putas de allá abajo [señaló en dirección a la entrada de la zona de tolerancia], pero ella no. Ella tenía dignidad. No lo mamaba. Se llamaba Marta. Todavía me acuerdo. Se lo metí sin condón. Eran otros tiempos. Del SIDA ni se hablaba. No como ahora. Es muy fuerte ese tema ahora. Yo trato de no pensar en eso cuando desgarro la carne tierna con mis dientes y mi presa se sacude tratando de no ahogarse en su propia sangre. Pero eso no viene al caso.

Temprano me sentía aburrido. Vivir en esta ciudad es una mierda, la verdad sea dicha. Tiene todos los problemas de las metrópolis latinoamericanas, pero ninguna de sus ventajas. No hay un boulevard dónde te puedas sentar a tomarte un café tranquilo. No hay un parque donde no te asalten. Los embotellamientos te hacen perder horas preciosas. Y como si no fuese suficiente, ahora tenemos que aguantarnos una revolución. Una cagada esta ciudad. Deberían bombardearla un día de estos. Eso estaría fino.

Salí a eso de las 10 y media. Estuve dando vueltas hasta las 3 de la madruagada sin bajarme del carro. Me sentía como un león enjaulado. Consideré matar a un travesti, pero quería algo rápido y limpio que me calmara de una vez las ansias. Los travestis son complicados de asesinar. Dan mucho trabajo. Lloran y hacen un drama. Un fastidio. A las tres y media lo vi. Estaba acostado en la entrada de un edificio. Detuve mi carro frente a una construcción. Me bajé. Tomé una piedra. Pesaba una bola. Me acerqué sin hacer ruido. Levanté la piedra sobre mi cabeza y la tiré con fuerza desde lo alto. La cabeza del mendigo crujió y estalló. Los sesos se desperdigaron por el suelo. Había matería gris en un radio de un metro.

Regresé al carro. Cuando llegué a mi casa eran cerca de las cuatro. Me di una ducha y me masturbé pensando en aquella putita colombiana de piernas flacas, de lengua gruesa y sobacos peludos, la primera mujer que estrangulé.

Después me acosté.

Me sentía limpio, relajado y feliz.

Sólo al otro día vine a darme cuenta de que había perdido mi billetera.

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